No hay duda que Cancún se está convirtiendo en víctima y rehén de todo un cúmulo de circunstancias debido a que la violencia e inseguridad encuentran escasa oposición y resistencia.
Aunque es reconocida la resiliencia
turística y las cifras siguen reflejando cierta estabilidad, el daño que se va
gestando puede ser irreversible. Ya se habla de un “destino que siendo el mismo
es otro diferente” donde la violencia y el miedo llevan aparejadas pérdidas en productividad,
ingresos y en gastos distorsionados. En este sentido, la incidencia de la
violencia en México y Quintana Roo nos muestra unos costes sustancialmente
mayores que los presupuestos gubernamentales destinados para su contención.
Por todo ello, se va imponiendo
una tendencia autodestructiva mediante la aparición de conductas peligrosas y de
riesgo, se dan por buenas ciertas reducciones de calidad en el servicio y se va
consolidando un aislamiento a través de comportamientos impulsivos y de defensa.
Hablamos de un entorno “lleno de límites” con una permanente angustia donde la
tentación de bajar la guardia está cada vez más presente entre sus agentes y ciudadanía.
El dilema es que pretendiendo
mantener las políticas de seguridad conocidas se evitan ciertos riesgos, pero se
acentúan otros. ¿Estamos seguros que no revisar los actuales procesos es menos
arriesgado que hacerlo? Es lógico que las dudas existan, pero parece más
peligroso retrasar la implantación de “otros sistemas más perspicaces” y ajustados
a las auténticas demandas sociales y sectoriales.
Por lo tanto, el problema no
reside en que ese “otro sistema” sea lo suficientemente eficaz, sino que lo será
verdaderamente sólo cuando se logre su equilibrado asentamiento. Hora del
talento para conjugar cesiones, incorporar agentes y técnicas sin traspasar
ciertas líneas y todo, enmarcado en un relato sólido y convincente. Hay faena.
Artículo publicvado en la Revista Oveja Negra de Cancún México
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