lunes, 28 de agosto de 2017

Y AHORA BARCELONA…





De nuevo la violencia terrorista se ceba con la actividad turística internacional. Estambul, París, Londres, Manchester, Niza y ahora, la ciudad de Barcelona, otro referente turístico internacional de primer orden. Parece que las capitales europeas se están convirtiendo en objetivo de la violencia terrorista con la consiguiente incidencia negativa para sus respectivos intereses turísticos.
Los momentos de tensión vividos en Barcelona quedarán alojados en la retina de millones de personas debido a la magnitud de la tragedia y a su rápida proyección. Pero se ha de señalar que la ciudad, su estética urbana y paisajística y el conjunto de sus atractivos, han vuelto a recuperar todo su esplendor en un breve espacio de tiempo, por lo que la “sensación de normalidad urbana” tenderá a consolidarse muy rápidamente y con ello, su nivel de convivencia.
Además, La ciudad está incorporando ciertos elementos, tácticas y políticas para evitar que vuelvan a reproducirse hechos tan negativos posibilitando de nuevo, la utilización y disfrute de sus diferentes espacios y atractivos.
Pero pasados esos momentos de amargura, de luto social e institucional, considero que sería aconsejable la revisión de su actividad turística. Junto a la rápida recuperación estética están las secuelas de acto terrorista y su proyección externa que, están ahí.  Su repercusión ha sido y es muy grande por su alto componente rupturista e inhabitual, lo que le convierte en un acto fuertemente noticioso, frente a otros más livianos y cotidianos.
La potente proyección externa que se genera con este tipo de hechos, tiende a debilitar, sobre todo desde la distancia, la credibilidad de cualquier destino. Un descenso que incide en la “exportación del servicio turístico” tanto desde un punto de vista cualitativo como cuantitativo.
La lucha contra dicho descenso de la credibilidad es algo que se ha de convertir en objetivo prioritario para el sector. El momento tan sensible que vive Barcelona, el componente etéreo y de difícil medición de la credibilidad y la presión de ciertos colectivos ciudadanos, no deben de convertirse en un obstáculo insalvable a la hora de intervenir realmente en dicha materia.
Y es que, mientras no se luche contra la falta de credibilidad de forma integral e integradora, tal y como lo demandan los turistas y visitantes, seguirán existiendo fisuras a la hora de alcanzar el nivel de aprobación y competitividad que debe de existir en cualquier destino.
Pensemos que la credibilidad va unida a la percepción que tienen los turistas y visitantes de los destinos y a la capacidad de estos de exportar y vender servicios y experiencias. La credibilidad de Barcelona y de otros destinos, se adquiere a través de la suma de un cúmulo de “diferentes credibilidades”. El tratar de mejorar un único servicio, por ejemplo el de la seguridad policial y el de implantar determinado mobiliario urbano, aunque sea trascendental en estos momentos críticos; no será suficiente para la recuperación de sus intereses turísticos.
Y es que la “vuelta a la normalidad turística” exige el desarrollo de todo un conjunto añadido de procesos y tácticas específicas sobre esas mejoras visibles y tangibles que ya se han dado en la ciudad. Con ello se debe evitar que el sector, por la presión del momento, “quede prendado” de las rápidas mejoras que se han dado y que admita que son “suficientes para sus intereses”. Sería volver a convivir con las dosis de inseguridad e incertidumbre previas a este acto terrorista que, también minaban y debilitaban su estructura de recepción de turistas y visitantes.
Porque la inseguridad turística y su percepción y credibilidad externa se dan, sobre todo, por hechos tan terribles como los acaecidos la semana pasada pero también, por ese otro goteo diario de actos de inseguridad de y sobre los turistas y visitantes.
En ambos casos, sería aconsejable partir de escenarios muy negativos y desde los mismos, ir tejiendo fórmulas y protocolos de intervención que dieran cobertura integral al conjunto de las demandas de los turistas y visitantes en momentos de crisis.

En definitiva, ningún destino turístico puede garantizar la seguridad absoluta de sus ciudadanos y turistas, pero lo que sí es exigible es que todos ellos dispongan de respuestas preventivas y paliativas ante la aparición de todo tipo de crisis, violencia, inseguridad y terror. Está en juego la competitividad y la credibilidad de los mismos.

LA TURISMOFOBIA OTRO TIPO DE VIOLENCIA E INSEGURIDAD EN LOS DESTINOS.





En primer lugar, deseo afirmar que nunca he percibido que se haya hablado y escrito tanto de turismo y en términos tan coléricos y negativos, como en estos últimos meses.
Y es que ha comenzado a proliferar en algunos destinos turísticos españoles  y europeos lo que muchos denominan la “turismofobia”. Entendido el término, como una opinión o sentimiento que reniega de la actividad turística por la (supuesta) incidencia negativa que llega a generar a nivel social y sectorial. Opinión y sentimiento que, ciertos colectivos económicos, culturales y políticos, tratan de proyectar de diferentes formas; desde el legítimo rechazo a la actividad hasta, expandir diferentes acciones de violencia callejera contra la misma.
Una violencia que va dirigida hacia sus bienes; alojamientos, instituciones, recursos y atractivos, comercios, servicios, transporte, y frente a los cuales y hasta la fecha, no se percibe una respuesta firme tal y como la situación y el momento lo requieren. Y esto no finaliza aquí, sino que por extensión, los turistas a los que se les invita a visitar el destino, se ven coaccionados y afectados por esas formas de presión.
Hasta ahora se puede afirmar que, no pasa de ser un tipo de violencia puntual pero que si persiste, tenderá a ser percibida de manera negativa y arbitraria entre los mercados emisores de turistas y visitantes, con la consiguiente merma de atractivo.
La llamada turismofobia se da sobre todo, en destinos donde coinciden y comparten espacios y vivencias los lugareños y los turistas y visitantes, lo que exige de una gestión integral e integradora y de “doble cara”, lo que aumenta el grado de responsabilidad, de detalle y de minuciosidad entre el conjunto de los responsables públicos y privados.
Cuando esta convivencia chirria o no se da, se tiende a descargar la ira con los visitantes, cuando muy probablemente, la localidad - destino no haya contemplado el desarrollo de ciertos procesos para evitarlos.
Llegados a este punto, sería recomendable que destinos afectados por esta situación, incluidos los de mayor prestigio internacional, se autochequearan porque, muy probablemente sus organizaciones estén condicionadas por todo un cúmulo factores, incluidos los relativos a la seguridad.
Aspectos como las posibles carencias estructurales, el no tratamiento de procesos y normativa básicos, la existencia de algunos excesos y desajustes, ciertas dosis de autocomplacencia y una débil visión transversal; pueden que estén dando pábulo a esos colectivos que se enfrentan al sector, generándose otro tipo de inseguridad, en este caso, por la no aceptación y no ser bienvenidos los respectivos turistas y visitantes.
Llegados a este punto, parece que es más fácil defender otros sistemas de producción con sus consiguientes servidumbres y cargas de todo tipo que, defender la producción turística que lleva implícita, la convivencia con otras personas, los turistas y visitantes. 

Para hallar la mejora de la situación, considero que se ha de trabajar a nivel de país -destino, es decir a nivel social y sectorial. El desarrollar campañas internas de información relativas a las características y propiedades del turismo, algo que muchos consideran obsoleto e improductivo, parece que se está volviendo indispensable para retomar el cauce adecuado y necesario.
Entre otros, la seguridad ha de ser uno de los aspectos a tratar desde ambas esferas. Considerar que la seguridad existente en los países es válida y suficiente para responder a las exigencias del sector y de sus turistas y visitantes, es no conocer las auténticas necesidades de los mismos.
Y es que invitar a que se vayan a los turistas mediante carteles y escritos en vías públicas, les genera zozobra, inestabilidad e inseguridad, hechos del todo antipáticos y con fuertes dosis de xenofobia.
El profundizar en unos servicios y en una seguridad complementaria para los turistas y visitantes, no ha de ser contemplada como un privilegio, sino como una mejora más que incide directamente en la producción y en la modernización de toda localidad.
Y es que una planificación de doble cara, social y turística, ha de hacer compatible la vida del ciudadano con la del visitante y turista, lo que lleva implícito mejoras de calidad de vida y calidad en la oferta - destinos.
Por todo ello y lo reitero, creo que se impone la explicación detallada y minuciosa de las características del sector. El no hacerlo supondrá seguir a remolque de unos acontecimientos que seguirán pillando desprevenidos y con pocas respuestas a los respectivos responsables públicos y privados.