Si partimos de la premisa que una muerte violenta se convierte en tragedia y si son miles se transforma en un hecho puramente estadístico, podemos estar refiriéndonos a nuestra realidad interna donde violencia e inseguridad ocupan espacios y formas que por su reiteración se van convirtiendo en el estereotipo negativo y revelador del país y en el argumento más significativo para convertirse en noticia negativa.
Paralela y afortunadamente, las
cifras del sector turístico de Quintana Roo superan records históricos lo que
habla bien a las claras de su competitividad pese a desarrollar sus funciones en
espacios sustancialmente mejorables.
Esta dualidad hace que se haya
consolidado lo que denomino un “deterioro no rupturista” que da pie a actitudes
cada vez más sutiles a la vez que peligrosas, por sus particulares formas de
degradación. Lo que hace que se sobrelleve mejor los límites que impone la
violencia e inseguridad que los que debiéramos ponernos a nosotros mismos para
acceder a las metas que decimos perseguir.
En este sentido, admitamos que la
gestión de la seguridad es simbólica y con escaso poder transformador,
resultando una práctica perjudicial hasta para sus propios responsables que, al
primar lo establecido con su alto grado de inflexibilidad, hacen que sigan
cuestionados social y sectorialmente y, dando la sensación que “no se puede
hacer gran cosa” que es una forma entusiasta de gestionar su impotencia y todo,
mediante motivos y explicaciones que tienen como objetivo encubrir sus
limitaciones.
Por ello, priorizar esos principios
hace que los cambios sigan siendo muy reducidos, aunque la actualización
tecnológica de algunos procesos y herramientas, que no sus políticas y
contenidos, puedan dar la sensación contraria.
En definitiva, estos comportamientos hacen que sigan presentes las dudas e inquietudes sobre la competitividad turística y social ya que sigue habiendo mucho en juego en el escenario quintanarroense.
Articulo publicado en la Revista Oveja Negra de Cacún México
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