El considerar que los turistas no corren peligro porque la verdadera inseguridad está en las colonias limítrofes, es algo arriesgado porque la violencia sigue presente, aunque se afirme que el “centro de gravedad” se encuentra en esas zonas perimetrales. Ante este escenario, es lógico el deseo de separar y alejar la actividad de cualquier atisbo violento.
Un claro ejemplo son las actuales
inversiones, donde priman los llamados “oasis turísticos” como oferta que tiende
a aislarse para dotarse de mayor seguridad. Junto a ellos, los establecimientos
ya existentes también “se retocan” para disponer de una seguridad más garantista.
Se expande pues, un modelo con mayor
concentración de servicios y menor vinculación a los espacios donde están
ubicados, lo que se traduce en un descenso en la derrama económica, ya que muchos
turistas y ofertas de servicio consideran que no existen suficientes garantías para
acceder a determinados espacios abiertos.
Surgen así las “fronteras invisibles”
que son traspasadas mayormente por los mexicanos, tema clave ante un posible
descenso del turismo internacional, aunque sería aconsejable que dispusieran de
un mayor poder adquisitivo y de gasto. Como se ve, la violencia e inseguridad perturba
a todos y todo, de ahí la proliferación de todo tipo de “oasis” y “fronteras”
que serían largos de citar.
Ante ello, y como intento de
adaptación a las consignas que impone la violencia, considero que estas u otras
opciones siguen siendo insuficientes. Y es que, ante una violencia desatada, la
inestabilidad física y emocional tiene visos de perdurar entre sus instituciones,
promotores, territorio, ciudadanía y turistas.
Toca seguir barruntando sobre la
posible participación estratégica del sector. El escenario nos empuja cada vez
más hacia ello. Es más, lo llevamos haciendo mucho tiempo.
Artículo publicado en la Revista Oveja Negra de Cancún México
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