Como premisa inicial, se ha de considerar que, la actividad turística de Quintana Roo es más vulnerable que, cualquiera de sus otros sistemas económicos y productivos. Y es que, la violencia no es un hecho ensimismado, sino que se expande entre la mayoría de sus componentes, por lo que, el sector se ve obligado a tomar decisiones que “garanticen su seguridad en entornos inseguros”.
Pensemos que la violencia abarca espacios
“turísticos y no turísticos”, donde el conteo de turistas, víctimas, focos rojos,
hechos delictivos y despliegues judiciales y policiales, son importantes, pero
no determinantes, si no van acompañados de movimientos de mayor calado.
Llegados a este punto, son las acciones
de vigilancia–persuasión y de marketing las más utilizadas para mitigar esa inestabilidad.
Acciones que una vez se ven sobrepasadas, surge todo un conjunto de movimientos
frenéticos, a remolque de los acontecimientos y con escaso poder de convicción y
todo; ante unos interlocutores mayormente externos, que conocen perfectamente
la realidad. Paralelamente, existen intereses y clientes familiarizados que,
procedentes de mercados de proximidad, siguen apostando por un Quintana Roo que,
con algunos equilibrios, intenta mantener su compostura como sociedad y destino.
Y es que, se ha instalado un
temor y ansiedad discreto y generalizado, desde donde parten iniciativas voluntariosas,
pero todavía insuficientes, ya que no son capaces de frenar ese descrédito
acompasado al que parece estar abocado. Recupérese pues el clima socio–turístico,
a través de una diferente y valiosa participación del turismo en los procesos
de seguridad de Quintana Roo. Sus aportaciones se volverán fundamentales. Cuestión
de un “nuevo rigor” no exento de tacto y estéticas especiales.
Iñaki Garmendia Esnal
Articulo publicado en la revista Oveja Negra. Cancún. Quintana Roo. México
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