Para ir conociendo algunos de los
motivos por los que la actividad turística y su factor de seguridad no son
reconocidos como se merecen; me voy a remitir a una frase que es utilizada con
bastante ligereza; “Todo es turístico”.
Es una frase que, desde bastantes
instituciones y con más asiduidad de la deseada, se emite para justificar las
diferentes posturas que se toman en el desarrollo de sus respectivas políticas
turísticas.
Una frase que por sí sola permite
justificar que, toda mejora en las infraestructuras y equipamientos del país supone
una mejora directa en la actividad, obviando las necesidades y exigencias
propias del sector; una visión que normalmente va unida a destinos con escaso arrojo
y protagonismo turístico.
Por otro lado, la frase también
es utilizada cuando las mejoras se realizan primando la actividad sectorial
frente a las particularidades y demandas sociales. En este caso podríamos
hablar de destinos de fuerte impacto, desarrollo y cuasi monocultivo sectorial.
Una frase que, en definitiva, refleja “lo propio y su contrario”. O sea que
“toda iniciativa social mejora la actividad y viceversa”.
Ello nos va trasmitiendo una débil
concreción; desde lo social hacia el sector y de éste hacia la sociedad donde
se ubica. Y es que en el fondo, y teniendo en cuenta la coincidencia, espacial
y temporal, de la ciudadanía con los turistas y visitantes, es muy probable que
se sigan teniendo dificultades para discernir donde comienza lo social y termina
lo sectorial y; no digamos cuando se trata de escenarios con violencia e
inseguridad.
Por lo tanto, esta relación – no
relación no es tan fluida como muchos suponen o desean suponer, sino que hay
algo forzado e incomprendido entre ambas partes lo que dificulta el desarrollo
y aceptación de un sector que llega a ser percibido como “aséptico y difuso”.
Pero admitamos que el centro de
las políticas de un país puede que no sean las propias del sector pero éste,
como parte de esa sociedad debe de tener su correspondiente y armoniosa cabida.
Por ello, las instituciones han de facilitar el desembarco y ubicación de un
sector singular y no dejarlo desatendido y menos, cuando la inseguridad
existente le puede afectar de manera desproporcionada. Y es que se trata de
preservar la seguridad de la sociedad y como tal se ha de intervenir pero, sus
instituciones también se han de inmiscuir sobre esa “desproporción” que la
violencia genera en el sector.
Hacerlo básicamente, nos ubicaría
en un bucle de difícil salida. “La responsabilidad es de la sociedad y sus
instituciones”, “la responsabilidad la tiene el sector y los turistas”, “los
turistas no deben de tener un trato de privilegio”, “la seguridad ciudadana es
suficiente”, “el sector ya aporta más de lo debido”, “este es un país seguro”,
nada de alarmismos”, “a nosotros no nos compete”…
En este sentido, la consabida delimitación
de funciones y cometidos en la mayoría de las instituciones ha de dar paso a
una mayor transversalidad so pena de que, todas las partes vayan perdiendo competitividad
particular y colectiva.
Por lo tanto, se debe de mejorar las capacidades organizativas para
evitar los nefastos efectos que la inseguridad genera y que nuestro “inconsciente
desatino” posiblemente esté ayudando a crecer. Deberemos dedicar más energías a
combatir las incomprensiones internas.
Y por favor, no nos engañemos. Si el sector y la sociedad llegan a
alcanzar la centralidad deseada; externamente no existirán “ni complots ni
feroz competencia” ya que seremos capaces de gestionar algo tan categórico como
nuestra propia seguridad.
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