El paso del tiempo hace posible
que destinos turísticos condicionados por la inseguridad, puedan ver mejoradas
su situación porque afortunadamente, la inseguridad puede ir perdiendo el
perverso protagonismo de épocas no tan lejanas, lo que les va permitiendo tomar
de nuevo las riendas y el pulso a su futuro como destino y sector.
Por contra, destinos que
disponían de un alto grado de credibilidad, pero que comienzan a perder parte
de su prestigio por una violencia e inseguridad cada vez más presente; ven
como su escenario social y productivo se ve cada vez más coartado.
Esto les exige adaptarse,
individual y colectivamente, a un clima social poco favorable para el conjunto
de los subsectores que conforman cualquier entramado turístico. Debido a ello,
y en la mayoría de los destinos, surge la necesidad de tener que desarrollar
una gestión adicional para contrarrestar esos difíciles momentos y escenarios.
Una gestión esencial que es
desplegada desde las instancias turísticas que son quienes dictaminan “la
realidad socio -turística en materia de seguridad” y en base a la misma,
desarrollan los procesos que consideran más adecuados para llegar a
contrarrestar los efectos dañinos que la
inseguridad les genera.
Una gestión turística que tiende,
como no puede ser de otra manera, a
primar los factores positivos frente a los hechos y escenarios violentos, y a la que denomino de "neutralización” y que va dirigida sobre todo a los mercados externos y que,
con el paso del tiempo, se ve siendo sometida al examen de nuevos y diferentes actores
lo que le obliga a tener que dotarse de un mayor grado de rigor y credibilidad.
En este sentido, y pese a las
muchas advertencias y recomendaciones que se hacen llegar a los responsables de
esa “gestión de neutralización”, ésta suele quedar frecuentemente en evidencia porque surge la
realidad insegura que deja sin valor la mayoría de los objetivos y estrategias
previstas, por lo que se sigue careciendo de argumentos sólidos y convincentes
a la hora de transmitir ciertos relatos y realidades.
Y es que, en el fuero interno de
la mayoría de sus responsables, prima el no admitir “la existencia de otras realidades” lo que, normalmente, les hace errar en sus diagnóstico
y apreciaciones ya que se basan solamente en “las realidades más beneficiosas”
para sus intereses.
La resistencia a esas otras
realidades, hace que los responsables del sector se vayan enfrentando a sí
mismos y a lo que ven sus ojos y que no es otra cosa que; una oferta turística que
convive y comparte espacio y tiempo con determinados grados de violencia e
inseguridad. Y recordemos que, el no hacer referencia a dicha violencia no
garantiza el descenso o desaparición de la misma.
Por lo tanto, rechazar una realidad
y sustituirla por otra de marcado tinte positivista desgraciadamente,
no llega a beneficiar como se desea tanto entre el sector como entre las
instituciones. Por ello, los agentes y responsables deberán de
interiorizar que ese ideal e imaginario destino turístico que se proyecta y que,
“existir existe”, deberá de implicarse por añadidura en la resolución de una
violencia e "inseguridad ajena", pero que tanto le afecta.
Y es que tanto en los países como
en los mercados emisores se va imponiendo un tipo de liturgia, cada vez más
exigente. En ese sentido, todas las facetas de la “gestión
de contención” deberán de estar basadas no solamente en los efectos comentados,
sino que deberá de implicarse en la/s causa/s que le condicionan.
No se puede vivir a espaldas de
otras realidades que nos afectan como sector, o implicarnos en su solución de
manera muy dispersa y superficial. Año tras año y experiencia tras experiencia,
vemos que el uso de ciertas estrategias, siguen quedando
en entredicho.
La gestión de una posible
solución reside en el necesario tratamiento de las causas internas, del
propio país – destino. En ese sentido, sustanciales mejoras internas se convertirán en la base de futuros
reconocimientos entre los mercados, algo que nos obsesiona y que perseguimos
con probada insistencia.
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