Como en cualquier
otra situación, la crisis y la protección al turista deben de ser analizadas,
medidas y evaluadas hasta alcanzar la mayor aproximación posible a una realidad
clave que, a veces, es difícil de
definir, exponer y controlar.
Como ya lo he expuesto en anteriores ocasiones, la alta dependencia de
otras instituciones y la escasa capacidad de interlocución de la mayoría de las
instituciones turísticas en momentos críticos; hace que, en el caso de los
procesos básicos de análisis y evaluación de las crisis, no se lleguen a
desarrollar en profundidad.
Ello da pie a que algunas organizaciones turísticas propensas a
convivir con situaciones de crisis, se centran en los procesos de “siempre”; el
asesoramiento legal, el financiero y el de marketing y promoción, lo que se
traduce en que, los abogados y los responsables de producto y de RRPP lleguen a
ser citados incluso antes que los servicios de salud y de emergencias.
En otros casos, y desde una posición bastante imprecisa y para evitar
mayores compromisos, los responsables de la actividad llegan a contratar los
servicios de las compañías de seguros con el objetivo de que a través de las
mismas, se “de cobertura y gestión absoluta” de la crisis y protección al
turista. Lo que se traduce en la aparición de escenarios reactivos y el asumir
que se va a convivir con la crisis permanentemente.
Por el contrario, los intereses y destinos turísticos que se han ido
implicando en la detección de señales de advertencia, asumen que la mayor parte
de las crisis que afectan al sector, tienen una trayectoria y unas características
que permiten ir deduciendo los actuales y futuros escenarios.
Un claro ejemplo viene dado por la actual inestabilidad geoestratégica y su
alta repercusión sectorial que, junto a esas otras crisis, no nos olvidemos de
ellas, más asentadas y con menor repercusión internacional; permiten ir vislumbrando "lo que viene o lo que ya tenemos entre nosotros" y así, poder comenzar a intervenir.
Son intereses y destinos que van más allá de los análisis y diagnósticos
estratégicos tradicionales para centrase en nuevos movimientos competitivos
como la protección real al turista, las nuevas demandas de seguridad, los
cambios y exigencias reguladoras entre los mercados emisores y, el papel que
desempeñan las nuevas tecnologías al objeto de gestionar los peligros y riesgos
que, también están presentes entre sus características y procesos.
El centrarse en dichos apartados, lleva consigo la puesta en marcha de
una intervención integral e integradora que ha de estar basada en la
identificación y medición de las relaciones, actitudes y comportamientos
existentes en materia de crisis y de protección al turista.
Llegados a este punto, considero de vital importancia disponer de una
serie de indicadores específicos. Unos indicadores que estarán compuestos por una
serie de variables, colectivos, instituciones y empresas, mediante las cuales
se intentará objetivar, cualitativa y cuantitativamente, los destinos e
intereses sectoriales en momentos críticos.
Los datos a identificar y acceder deben de ser de fácil obtención,
además deben de ser válidos, o sea que deben de tener la capacidad de medir
realmente ese fenómeno tan disperso y atomizado. Unos indicadores adaptados a las diferentes sensibilidades que
conforman la hipotética tela de araña relacional en esta materia tan sensible.
Con todo ello, lo que se persigue es que el sector se vaya dotando del
rigor y del protagonismo que se le supone para que sea reconocido tanto a nivel
interno, dentro del propio destino, como a nivel externo, entre los mercados
emisores, donde además del rigor, se desea incrementar el nivel de
credibilidad, posiblemente debilitado por la situación existente.
El desarrollo de dichos indicadores y su consiguiente rigor y aumento
de la credibilidad, ha de dar paso a nuevos compromisos liderados,
inexcusablemente, por las instituciones turísticas.
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