martes, 4 de agosto de 2020

TURISMO –COVID 19. EL VALOR DE LOS ESPACIOS DE PRODUCCIÓN Y CONVIVENCIA.





Poco a poco, parece que la pandemia se va convirtiendo en parte de nuestras vidas. Por ahora y sin remedio a la vista, nos toca ir asimilando esta nueva realidad que, nos exige modificar e incorporar actitudes y comportamientos, hasta ahora, insospechados.   

Desde la instalada nostalgia, comenzamos a recordar aquellos espacios de vida social y de los servicios, donde se coexistía con mayor o menor acierto. Eran lugares de encuentro, de relaciones y formas de vida que nos hacían reconocibles, tanto a nivel interno como externo. Lugares donde se daban cita ingredientes de tipo sociocultural, el comercio, la hostelería y el turismo en general, ubicados todos ellos en “espacios abiertos”, lo que fomentaba la interacción y el desarrollo de experiencias de alto valor personal y social.

Con la llegada del Covid 19, estos escenarios sufren un brusco desplome, y algo más preocupante; que su nueva regulación y ordenación se convierte en bastante más complejo y difuso de lo esperado. Ante la falta de respuestas y con cierta desazón, ciudadanía y sector tienden a equiparar su realidad con la de otros sectores, donde los procesos y zonas productivas están mucho más definidas y delimitadas.

En este sentido y si analizamos la dotación de muchos de estos espacios, puede dar la sensación que cuentan con la necesaria cobertura, pero siguen existiendo carencias, flecos y desajustes que, antes del coronavirus eran “asumibles y manejables” pero con su llegada, han quedado  mayormente superados.

Admitamos pues que existe un vacío, que pide la puesta en marcha de toda una batería de servicios específicos y entrelazados, para que ambas esferas puedan desempeñar sus relaciones y funciones con la precisión necesaria, teniendo en cuenta, los condicionantes que nos genera el coronavirus.

Quizás esté llegando el momento de una profunda adaptación de los servicios públicos existentes a la nueva realidad social y terciaria. En este sentido, y teniendo en cuenta la dispersión y atomización de los elementos que la conforman; parece aconsejable que esos espacios comunes tiendan a ser gestionados en red y con la mayor precisión posible, a la hora de definir el conjunto de los servicios que lo integren.

Una mayor y estratégica combinación de servicios de tipo social y productivo; es uno de los retos a los que se han de enfrentar las instituciones para llegar a disponer de las respuestas más acordes con este tipo de situaciones.

Y es que se debe de considerar que las personas, como sujetos sociales además de productores y consumidores, demandan “más y diferente”, si lo comparamos con otros sistemas. Unas personas que, sin pretenderlo se han ido convirtiendo en barómetro de la realidad ya que su salud y comportamientos se han vuelto reseña social, de actividad económica y de imagen en el exterior.  

Pensemos que está en juego algo tan serio como la recuperación de las relaciones sociales y la producción cultural y terciaria, lo que nos obliga a intervenir rotundamente para “alcanzar mejorando” los nuevos niveles de convivencia.

El hacer compatible la salud de las personas en un espacio determinado con la actividad social y turística, es uno de los retos a alcanzar en estos tiempos de incertidumbre. No han de existir escusas, ni seguir basándose en actitudes débiles y pretéritas. Si eso lleva consigo una regulación más rigurosa y contundente, es algo que todos esperan. Pero que la misma, no se convierta en equivalente a cierre y prohibición, sino de nuevas reglas del juego que previamente se han de identificar, diseñar e implantar.

Finalmente, sería aconsejable que además del factor salud, las instituciones fueran implicándose en otras áreas ya que todos lo iremos exigiendo con mayor insistencia

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