De nuevo la violencia terrorista
se ceba con la actividad turística internacional. Estambul, París, Londres, Manchester,
Niza y ahora, la ciudad de Barcelona, otro referente turístico internacional de
primer orden. Parece que las capitales europeas se están convirtiendo en objetivo
de la violencia terrorista con la consiguiente incidencia negativa para sus
respectivos intereses turísticos.
Los momentos de tensión vividos
en Barcelona quedarán alojados en la retina de millones de personas debido a la
magnitud de la tragedia y a su rápida proyección. Pero se ha de señalar que la
ciudad, su estética urbana y paisajística y el conjunto de sus atractivos, han
vuelto a recuperar todo su esplendor en un breve espacio de tiempo, por lo que
la “sensación de normalidad urbana” tenderá a consolidarse muy rápidamente y
con ello, su nivel de convivencia.
Además, La ciudad está
incorporando ciertos elementos, tácticas y políticas para evitar que vuelvan a
reproducirse hechos tan negativos posibilitando de nuevo, la utilización y disfrute
de sus diferentes espacios y atractivos.
Pero pasados esos momentos de amargura,
de luto social e institucional, considero que sería aconsejable la revisión de
su actividad turística. Junto a la rápida recuperación estética están las
secuelas de acto terrorista y su proyección externa que, están ahí. Su repercusión ha sido y es muy grande por su
alto componente rupturista e inhabitual, lo que le convierte en un acto
fuertemente noticioso, frente a otros más livianos y cotidianos.
La potente proyección externa que
se genera con este tipo de hechos, tiende a debilitar, sobre todo desde la
distancia, la credibilidad de cualquier destino. Un descenso que incide en la “exportación
del servicio turístico” tanto desde un punto de vista cualitativo como
cuantitativo.
La lucha contra dicho descenso de
la credibilidad es algo que se ha de convertir en objetivo prioritario para el
sector. El momento tan sensible que vive Barcelona, el componente etéreo y de
difícil medición de la credibilidad y la presión de ciertos colectivos ciudadanos,
no deben de convertirse en un obstáculo insalvable a la hora de intervenir realmente
en dicha materia.
Y es que, mientras no se luche
contra la falta de credibilidad de forma integral e integradora, tal y como lo
demandan los turistas y visitantes, seguirán existiendo fisuras a la hora de
alcanzar el nivel de aprobación y competitividad que debe de existir en
cualquier destino.
Pensemos que la credibilidad va
unida a la percepción que tienen los turistas y visitantes de los destinos y a
la capacidad de estos de exportar y vender servicios y experiencias. La
credibilidad de Barcelona y de otros destinos, se adquiere a través de la suma
de un cúmulo de “diferentes credibilidades”. El tratar de mejorar un único
servicio, por ejemplo el de la seguridad policial y el de implantar determinado
mobiliario urbano, aunque sea trascendental en estos momentos críticos; no será
suficiente para la recuperación de sus intereses turísticos.
Y es que la “vuelta a la
normalidad turística” exige el desarrollo de todo un conjunto añadido de
procesos y tácticas específicas sobre esas mejoras visibles y tangibles que ya
se han dado en la ciudad. Con ello se debe evitar que el sector, por la presión
del momento, “quede prendado” de las rápidas mejoras que se han dado y que
admita que son “suficientes para sus intereses”. Sería volver a convivir con
las dosis de inseguridad e incertidumbre previas a este acto terrorista que,
también minaban y debilitaban su estructura de recepción de turistas y
visitantes.
Porque la inseguridad turística y
su percepción y credibilidad externa se dan, sobre todo, por hechos tan
terribles como los acaecidos la semana pasada pero también, por ese otro goteo diario
de actos de inseguridad de y sobre los turistas y visitantes.
En ambos casos, sería aconsejable
partir de escenarios muy negativos y desde los mismos, ir tejiendo fórmulas y
protocolos de intervención que dieran cobertura integral al conjunto de las
demandas de los turistas y visitantes en momentos de crisis.
En definitiva, ningún destino
turístico puede garantizar la seguridad absoluta de sus ciudadanos y turistas,
pero lo que sí es exigible es que todos ellos dispongan de respuestas
preventivas y paliativas ante la aparición de todo tipo de crisis, violencia,
inseguridad y terror. Está en juego la competitividad y la credibilidad de los
mismos.
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