Cuando la actividad turística se
desarrolla con “total normalidad”, todos somos conscientes del papel que desempeña
el sector privado, generando empleo y riqueza, y lo que ello supone para la
buena percepción e imagen de los países y destinos.
Una actividad empresarial que basa
el desempeño de sus funciones y su competitividad, en la “normalidad” antes
señalada. Definir que es la normalidad y el estado idóneo de “lo normal” para
con la actividad turística, no es el motivo que me hace escribir este artículo.
Pero sí me gustaría vincular, la “normalidad” de los destinos turísticos a un
factor clave como es la seguridad.
Si analizamos al sector empresarial,
percibimos que está orientado a generar productos, servicios, vivencias y
experiencias dentro de unos parámetros, más o menos, preestablecidos.
La cuestión es, ¿qué ocurre
cuando la falta de seguridad real y/o percibida de los destinos comienza a influir
negativamente en las empresas e intereses del sector? Cuando esto ocurre, la
actividad empresarial se ve afectada aunque, se hagan ímprobos esfuerzos para
que no se note sus efectos.
En esta tesitura y desde el
sector, se comienza a desarrollar procesos y argumentos adicionales que tienen
como objetivo el seguir transmitiendo la idea de “total normalidad”, ya que la
normalidad es factor decisivo para que el turismo mantenga su estatus, su
productividad y la notoriedad alcanzada.
Y se ve afectado en mayor medida
que otros sectores productivos. A nadie se le escapa que la inseguridad incide
directa, indirecta y circunstancialmente en el sector turístico, por ser muy
sensible a cualquier alteración negativa que se dé en su entorno.
Por añadidura, puede que existan otros
sectores económicos que, por el contrario, no ven alterados sus procesos de
producción y comercialización, porque dicho escenario negativo, apenas influye
en sus respectivas “cadenas mecánicas” de producción.
Paralelamente, existen estamentos
e instituciones públicas que han de asumir el compromiso de garantizar la
seguridad ciudadana y por extensión, la seguridad en la actividad turística. Estamentos
e instituciones a los que acudir y reclamar la consabida normalidad –
seguridad, para que el sector pueda seguir desarrollando la actividad sin
contratiempo alguno.
Estamentos e instituciones que
desempeñan unos servicios públicos que dan cobertura, como no puede ser de otra
manera, al país y a sus ciudadanos, pero que cuando las demandas provienen de
esa población flotante que representan los turistas; aparecen ciertos
desajustes, una contrastada debilidad en sus estructuras y funciones y, en
muchos casos, la falta de todo servicio mínimo.
Si el sector, público y privado,
es consciente de esa falla, se ha de ir concienciando que el papel a desempeñar
ha de ser diferente al actual, y ello ha de conllevar, la inexcusable la
asunción de nuevos procesos, relaciones y compromisos.
A la responsabilidad propia de la
actividad, el sector ha de ir asumiendo otras funciones y cometidos que le
permitan tener presencia y control sobre espacios y entornos donde están
ubicadas sus empresas e intereses. Espacios donde residen las motivaciones y
argumentos de atracción para los turistas. Si los mismos tienen fallas que
inciden negativamente en la actividad, se ha de fomentar la intervención
especial sobre dichos espacios. El objetivo es claro, subsanar los hándicaps
existentes.
El reforzar la capacidad de
interlocución y de arbitraje, y hacerlo desde una visión radicalmente
transversal; permitirá al sector disponer de nuevos colaboradores y dotarse de una estabilidad y fortaleza nada
desdeñables.
En definitiva, los servicios
están orientados hacia el país y la ciudadanía, pero ese país y esos ciudadanos
están muy orgullosos de ser, por añadidura, un destino turístico. Esta doble
función, exige la revisión y la dotación del barniz turístico en determinados
servicios, tanto públicos como privados.
Considero que la visión inicial y
los primeros pasos han de partir del propio sector, público- privado. El resto
del país, no tiene porqué disponer de esta visión e interés sectorial…
Está en juego la exportación
turística y la proyección más seductora que los países pueden emitir de sí
mismos.
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