De nuevo se ha de hacer constar
la alta dependencia que ha de soportar la actividad turística ante cualquier
hecho o momento negativo. En este caso es París quien lo sufre. Los lamentables
hechos acaecidos la semana pasada han vuelto a incidir en su actividad
turística, y lo hacen con más contundencia que en el resto de los sistemas de
producción existentes en la capital gala.
Sinceramente, todos esperamos que
este sea un hecho puntual y aislado. Pero el mismo, ya ha tenido una amplia repercusión
a nivel internacional. Una repercusión tan potente que, en su fuero interno,
muchos turistas o potenciales turistas, han podido poner en duda las
propiedades y las virtudes de un destino turístico tan contrastado y fiable como
París.
Ante esta situación, y desde los
diferentes colectivos que conforman la estructura turística parisina y
francesa, surgen las alarmas y una inestabilidad e incredulidad sectorial e
institucional turística muy a tener en
cuenta.
Y de todo ello, han de quedar algunas
secuelas y cicatrices que habrán de ser
tratadas con sumo tacto para consolidar, más si cabe, esa posición de liderazgo
turístico y cultural que ostenta actualmente la ciudad de París. Este momento
crítico ha de posibilitar que la “maquinaria turística parisina” se comporte de
manera más efectiva, mediante la invitación a participar a nuevos elementos y
procesos, posiblemente ajenos al sector, pero decisivos para su nivel de
prestigio y de competitividad.
Y es que desde la actividad
turística, se es capaz de planificar espacios y territorios, el patrimonio y la
cultural, el paisaje y el medio ambiente, las infraestructuras, el transporte y
un conjunto de servicios, públicos y privados, vinculados sobre todo a la
promoción, comunicación y comercialización. Sin embargo, se tienen serias dificultades
para planificar y gestionar los
momentos, procesos y el clima social negativo que impera o puede imperar en
muchos destinos e intereses turísticos.
Planificación y gestión de crisis
que recae normalmente, en entidades e instituciones “no turísticas” ya que se
considera que la actividad simplemente soporta los efectos negativos de dicha
crisis y nada puede aportar a la raíz o causa de las mismas. Eso se traduce en
una no implicación, una no invitación a participar, una postura acomodada, una
cesión tácita de responsabilidades y unas relaciones preestablecidas, lo que se
deriva en que los agentes e intereses turísticos no dispongan del protagonismo
y de la participación necesaria en estos momentos clave.
Impera el “factor ciudad” de
París frente al “factor destino turístico”. Y tiene su lógica, pero se ha de
interiorizar que la ciudad de París, sin dejar de serlo, es un destino
turístico. Las cifras hablan por sí solas, con 2.500.000 habitantes, recibe un
total de 15.500.000 turistas extranjeros al año.
Ello habla bien a las claras del
protagonismo que ha de tener la actividad turística, también y sobre todo en
momentos de crisis ya que, la solución de un problema de terrorismo deja secuelas
de índole social y también turística. La solución al problema social no basta,
las secuelas y el efecto en el turismo se han de tratar, a ser posible a priori
y no a remolque de los acontecimientos. En algunos casos, procesos y servicios
orientados a la propia ciudadanía, quizás no sirvan ante determinadas demandas
de los turistas, y esto, puede ser extrapolable a ciertos momentos
críticos.
Pero “París es mucho Paris” y en
ella existe una realidad positiva demoledora. París como ciudad y como destino
turístico, dispone de un fondo de referencias positivas, internas y externas
que, producidas y amasadas durante años y años, le permitirá sobreponerse más rápidamente
que a otras ciudades y destinos. Así lo deseamos todos.
Pero por favor, esto no les exime
de tener que involucrarse en procesos y tácticas audaces para contrarrestar los
efectos negativos que este tipo de realidades generan en su sensible sector turístico.
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