Parece que las fuerzas militares van a implicarse en la actividad turística a través de la gestión de ciertos aeropuertos, aerolíneas y hoteles además de su presencia en algunos destinos turísticos finalistas, probablemente con desigual incidencia. Mientras que la actividad discreta y administrativa en los tres primeros casos garantizan una gestión más o menos previsible, la presencia de la seguridad militar en las plazas, playas y lugares de ocio se vuelve del todo chocante. Situación ésta que, ante la falta de otras opciones, llega a ser considerada como “fundamental y hasta inevitable”.
Pero la complejidad del hecho
turístico, donde su competitividad y supervivencia se basan no solamente en una
“buena mecánica empresarial” sino en la placidez de sus entornos; hace que
junto a la seguridad genérica se deba desarrollar una seguridad específica
turística. Y no es un privilegio, sino una probada necesidad.
Por añadidura, todos somos
conscientes de la enorme dificultad que representa el manejo de esa violencia
genérica, pero esperar a que escampe para que la industria turística mejore y
se tranquilice, no parece ser un planteamiento realista. La espera, desespera.
En este contexto, sería
recomendable que la comentada militarización se fuera “turistizando”, lo que
supondría pasar, de sus “clásicas formas” a unas “más amables” como un servicio,
que no el único, que precisa cualquier destino con problemas.
Por ello, sería bueno que el
sector tomara la iniciativa y diera a conocer ante las diferentes
instituciones, sus auténticas necesidades de seguridad en espacios públicos que
ya, con una ¿Policía Turística? mucho más dotada e interconectada se irían
creando nuevos y estratégicos vínculos. Cuestión de visión y prioridades con
respecto a lo que representa la actividad.
Publicado en la revista Oveja Negra. Cancún, Quintana Roo, México