Poco a poco, parece que la
pandemia se va convirtiendo en parte de nuestras vidas. Por ahora y sin remedio
a la vista, nos toca ir asimilando esta nueva realidad que, nos exige modificar
e incorporar actitudes y comportamientos, hasta ahora, insospechados.
Desde la instalada nostalgia,
comenzamos a recordar aquellos espacios de vida social y de los servicios, donde
se coexistía con mayor o menor acierto. Eran lugares de encuentro, de
relaciones y formas de vida que nos hacían reconocibles, tanto a nivel interno
como externo. Lugares donde se daban cita ingredientes de tipo sociocultural,
el comercio, la hostelería y el turismo en general, ubicados todos ellos en
“espacios abiertos”, lo que fomentaba la interacción y el desarrollo de experiencias
de alto valor personal y social.
Con la llegada del Covid 19, estos
escenarios sufren un brusco desplome, y algo más preocupante; que su nueva
regulación y ordenación se convierte en bastante más complejo y difuso de lo
esperado. Ante la falta de respuestas y con cierta desazón, ciudadanía y sector
tienden a equiparar su realidad con la de otros sectores, donde los procesos y
zonas productivas están mucho más definidas y delimitadas.
En este sentido y si analizamos
la dotación de muchos de estos espacios, puede dar la sensación que cuentan con
la necesaria cobertura, pero siguen existiendo carencias, flecos y desajustes
que, antes del coronavirus eran “asumibles y manejables” pero con su llegada, han
quedado mayormente superados.
Admitamos pues que existe un
vacío, que pide la puesta en marcha de toda una batería de servicios
específicos y entrelazados, para que ambas esferas puedan desempeñar sus
relaciones y funciones con la precisión necesaria, teniendo en cuenta, los
condicionantes que nos genera el coronavirus.
Quizás esté llegando el momento
de una profunda adaptación de los servicios públicos existentes a la nueva
realidad social y terciaria. En este sentido, y teniendo en cuenta la
dispersión y atomización de los elementos que la conforman; parece aconsejable
que esos espacios comunes tiendan a ser gestionados en red y con la mayor
precisión posible, a la hora de definir el conjunto de los servicios que lo
integren.
Una mayor y estratégica
combinación de servicios de tipo social y productivo; es uno de los retos a los
que se han de enfrentar las instituciones para llegar a disponer de las
respuestas más acordes con este tipo de situaciones.
Y es que se debe de considerar
que las personas, como sujetos sociales además de productores y consumidores, demandan
“más y diferente”, si lo comparamos con otros sistemas. Unas personas que, sin
pretenderlo se han ido convirtiendo en barómetro de la realidad ya que su salud
y comportamientos se han vuelto reseña social, de actividad económica y de
imagen en el exterior.
Pensemos que está en juego algo
tan serio como la recuperación de las relaciones sociales y la producción
cultural y terciaria, lo que nos obliga a intervenir rotundamente para
“alcanzar mejorando” los nuevos niveles de convivencia.
El hacer compatible la salud de
las personas en un espacio determinado con la actividad social y turística, es
uno de los retos a alcanzar en estos tiempos de incertidumbre. No han de existir
escusas, ni seguir basándose en actitudes débiles y pretéritas. Si eso lleva
consigo una regulación más rigurosa y contundente, es algo que todos esperan.
Pero que la misma, no se convierta en equivalente a cierre y prohibición, sino
de nuevas reglas del juego que previamente se han de identificar, diseñar e
implantar.