Antes que nada, deseo
hacer constar que la raíz, la dimensión y la incidencia de la violencia e
inseguridad sobre los destinos e intereses turísticos pueden ser totalmente
diferentes de un país a otro, y hasta dentro de un mismo país, si analizamos un
periodo de tiempo con respecto a otro.
Sin embargo, si deseo
aportar mi visión sobre una serie de comportamientos que, salvo matices muy
concretos, se repiten entre las instituciones de la mayoría de los destinos
internacionales cuando éstos, conviven
con situaciones de violencia e inseguridad, sea esta real y/o percibida.
Cuando me refiero a la clase
política y su incidencia en la actividad y seguridad turística; deseo hacer
referencia a los responsables institucionales, incluidos los turísticos, que
deciden, gestionan y controlan, desde sus diferentes atalayas el desarrollo de un
sector que se ve muy condicionado por la
inseguridad. Con unas estructuras asentadas a las que
les cuesta asumir nuevas exigencias a la hora de gestionar la inseguridad sectorial
porque, no deja de ser un hecho de difícil ubicación dentro del conjunto de las políticas
nacionales. Ello se traduce en que la inseguridad sectorial difícilmente es
catalogada como acción prioritaria ya que, ninguna institución/es dispone o se le otorga esa
función integral e integradora.
Así, el manejo de la seguridad
socio - turística se vuelve en muchos casos incomprensible ya que, el conjunto
de las administraciones no consiguen hacer visible una salida a la crisis porque sus
argumentos y propuestas carecen de la solidez y contenidos necesarios.
El origen de esa falta de
respuesta, reside en que no disponen de políticas que permitan manejar
estos escenarios violentos e inseguros con la mayor presteza posible.
Sin respuestas, el sector
empresarial y la propia sociedad tienden a adoptar una actitud conformista,
dando como aceptables la puesta en marcha de unas medidas políticas muy básicas
a la vez que desajustadas. Se impone lo “políticamente correcto”, con lo que el
nivel de exigencia se va difuminando, lo que permite que se consolide, ese “mal
común que a todos afecta”
Otro aspecto a señalar es la globalización de nuestros días, muy
presente en todas las instituciones. Y se percibe porque
“lo global” va diluyendo la influencia de los gobiernos nacionales, ya que su
función de guía va siendo compartida con otros actores e intereses que llegan a
ejercer de analistas, mediadores y consejeros. Por lo tanto, las
instituciones se ven cada vez más observadas y examinadas.
Unas instituciones que
tenían asignado un rol, más o menos definido, cuando la información no era tan extensa
como lo es en nuestros días. Por eso las administraciones nacionales de turismo deben de lidiar con ese obstáculo añadido; la existencia de una comunicación
que viaja en todas direcciones lo que dificulta más si cabe, la definición del
diagnóstico y las posibles políticas a implementar en esos escenarios tan
críticos.
Debido a ello, el responsable
político se ve desbordado por un exceso de comentarios, consejos, mensajes,
información variopinta y opiniones de diversa índole, que le impiden centrarse
y poder tomar las decisiones más correctas y oportunas sobre este tema tan escabroso.
En ese quehacer diario, es
difícil basarse en la “economía de la atención” ya que, todo se vuelve urgente
además de importante, donde procesos ni idóneos ni ajustados se ejecutan de
manera acelerada y donde la extrañeza que genera el mero hecho de plantear la
seguridad para el sector; hace que la situación se siga urdiendo en lo que yo denomino
“limbo institucional”
Para superar este desconcierto y desde las instituciones turísticas, se tiende a utilizar dos grandes herramientas o tácticas, ambas y
hasta la fecha bastante exiguas; me refiero a la comunicación y proyección y al
recurso de un saber hacer que es desempeñado por los expertos.
Continúa en la segunda
parte…