En la mayoría de los casos de violencia e inseguridad en el sector turístico, se constata algo muy trillado, que su actividad y responsables tienden a utilizar herramientas y procesos habituales de “destinos normales y seguros”.
Da lo mismo que la violencia e
inseguridad tenga una raíz religiosa, nacionalista, de salud, militar,
económica, territorial, de violencia interna y social, de catástrofes por alteración
del medio, puntual o asentada en el tiempo, etc., etc., al final, el sector sigue
interactuando sobre sí mismo, dando la sensación, que salirse de su zona de
confort le puede volver más vulnerable e impreciso.
Su ideal continúa siendo “la
vuelta a una pasada normalidad” pero, vivimos un tiempo cada vez más inconsistente
y “menos normal” que nos exige superar actitudes defensivas y orientarnos hacia
nuevas realidades sociales y turísticas que nos obligan a adaptarnos paulatinamente.
Adaptación a regañadientes, porque persiste un rechazo que se refleja en
consignas y soluciones excesivamente simples, aunque también se ha de hacer
mención que, como sector, no dispone de los útiles necesarios para la mejora de
un entorno social que, le es fundamental para su competitividad.
Ello supone que los responsables
turísticos que conviven con la violencia no tienen claro que funciones han de
desempeñar, donde la narrativa de la ansiedad y temor personales y
profesionales se vuelven enrevesados ya que no se acaba de entender porque se
ven tan injustamente afectados por una violencia que nada tiene que ver con su
actividad.
Realidades violentas e
inseguridad donde sus gestores públicos sufren fuertes desgastes físicos e intelectuales
que tienden a poner en marcha soluciones sencillas, pero que son escasamente
efectivas para tiempos de incertidumbre. Para evitarlo, y conociendo el motivo principal
que ocasiona ese temor y ansiedad incontrolados, sería aconsejable comprender
cómo se llega a distorsionar el conocimiento turístico y de los servicios, se
deforman las percepciones de sector y destino, y se cuestionan trayectorias
hasta ahora exitosas.
Y es que toca vivir, en un mundo
cada vez más dependiente, complejo y ambiguo, donde sería recomendable revisar
los propios mecanismos y así esquivar esas propuestas milagrosas que parten de
unas “burbujas turísticas” peligrosas e irreales. Hecho que lleva a reducir contactos
y relaciones habituales, cuando, el momento exige ampliarlos drásticamente. Por
lo tanto, sería adecuado reservar espacio táctico y productivo, para acercarse
y comprender más profundamente “al mal” ya que no se sabe qué hacer para
evitarlo.
Si se esquiva este compromiso, el
sector se sentirá “marginado e irritado” porque no se le presta la atención debida,
lo que se traduce en una pérdida de lucidez y poder de interlocución, con el
consiguiente aumento de un temor y ansiedad que van erosionando su tejido
social y sectorial, amén de irse impregnando de una desconfianza que le impide
avanzar. Por todo, resulta necesario restablecer las relaciones transversales y
en red propias de toda actividad turística que se precie. Junto a ese
restablecimiento de relaciones que le son familiares, el sector debería
inmiscuirse y relacionarse con sectores atípicos que, en muchos casos, pueden
ser vistos como la antítesis de un “proceder turístico normal” pero que en las
circunstancias que le toca desarrollar la actividad, pueden ser de vital
importancia para su suerte.
Llegamos a un punto donde es muy
habitual medir las diferentes capacidades de influencia y poder, diseñar y
transmitir los procesos que se consideran imprescindibles para el normal
funcionamiento de países y destinos turísticos. Pero no estaría de más, que se
hiciera algún lapsus para revisar las intrincadas conexiones – desconexiones que
condicionan el desarrollo normal de su actividad más, en tiempos de inseguridad
e incertidumbre. Entraremos en
escenarios inhabituales como paso hacia un nuevo saber y avance de
conocimiento.