Desde mi punto de vista, confieso que existe una actitud muy generalizada en
cuanto al tratamiento de la seguridad en la mayor parte de los destinos
turísticos internacionales. Desde el Lejano Oriente, pasando por la cuenca
mediterránea, tanto europea como africana y en bastantes destinos del continente
americano; se pueden identificar intentos de evitar la posible relación del
sector con la inseguridad, sea esta puntual o asentada en el tiempo lo que normalmente,
se traduce en “una no participación e implicación” en la solución de la seguridad
nacional y sectorial.
Analizado esta actitud, y tal y como lo he descrito en otras ocasiones,
parece lógico que el sector tienda a blindarse para que la inseguridad le
afecte lo menos posible. Pero esa actitud puede llegar a ser percibida como
interesada (mejoren la situación para que mejore nuestra industria turística). Pero
esa demanda en muchas ocasiones se ve taponada desde el propio sector que
considera, que dichos procesos de mejora, les perjudica más que beneficia.
En bastantes casos, parece que:
“Se prefiere soslayar la realidad social de violencia e inseguridad antes
de hacer peligrar el crecimiento del sector turístico de los países”.
“No es aconsejable tocar los escenarios de inseguridad si ello conlleva
peligrar la actividad turística”.
“Se prefiere no tener en cuenta los efectos nocivos y medidos que la inseguridad
ya está teniendo sobre el sector”
Todo esto está convirtiendo a bastantes destinos en cautivos de un
desarrollo turístico muy sesgado y limitado ya que los entornos siguen
careciendo de las garantías sociales y productivas necesarias. Qué duda cabe
que todo ello se traduce en que sigue existiendo una visión mal entendida sobre
el propio desarrollo cuando éste convive o coincide con hechos violentos e inseguros.
En este sentido, ya no se puede comprimir toda la oferta turística en base
a los intereses de una oferta fisiológica de calidad, comer y dormir fuera de
mi lugar de residencia, sino que las mismas están teniendo de compartir
protagonismo con escenarios, factores y atractivos que, hasta hace escasas
fechas, era del todo innecesario. La balanza y los equilibrios entre los
diferentes y más amplios subsectores, se están modificando a pasos agigantados
y por ello, se han de revisar actitudes y relaciones preexistentes.
Y es que, con la llegada de los nuevos tiempos, el medir el
éxito turístico a través de unos pocos parámetros, resulta cada vez más pobre e
inadecuado para sus intereses y mercados. Éstos últimos están solicitando
contenidos y retratos mucho más reales y actualizados, también en materia de
seguridad.
En este sentido, una buena y
palpable seguridad en los países, es la base más adecuada para su desarrollo
turístico. Por añadidura una seguridad sectorial, público – privada, fortalecerá
y modernizará la seguridad nacional existente.
Es más, a estas alturas nadie duda que afrontar el reto de la seguridad del
país con el acompañamiento de la “seguridad productiva turística” mejora la calidad del servicio al ciudadano, la
imagen de los países, la captación de un mayor y mejor número de visitantes,
incrementándose el nivel de consumo, de gasto y de captación de capitales, lo
que ayudará a mejorar las actuales cifras y el incremento del factor turismo en
el PIB de los destinos. Y es que las cifras del PIB mundial en materia de
servicios, están subiendo ininterrumpidamente, y en ellas la actividad
turística sigue adquiriendo un papel cada vez más notorio.
En definitiva, y para poder
maximizar la actividad turística en los años venideros; el sector se verá escrutado
desde diferentes puntos de vista, con el factor de la sostenibilidad muy
presente y dentro del mismo, con una seguridad que tendrá unos tratamientos
cada vez más concretos, específicos a la vez que multidisciplinares. El reto sigue estando pendiente...