Me refiero a esa violencia e inseguridad cotidiana y asentada
en el tiempo que, muchos destinos turísticos soportan y aceptan como un “mal
menor” y, con la que conviven mediante un “acuerdo o pacto no escrito”.
Esta convivencia les obliga a cumplir una serie de requisitos,
actitudes y procesos al objeto de evitar que los turistas coincidan y se vean
intimidados por algunas situaciones límite.
Es un tipo de violencia que, los responsables sectoriales, consideran
que pueden manejar con cierta solvencia. Una violencia con “escasa repercusión”
en los mercados, ni muy alarmista ni excesivamente
embarazosa, lo que permite el desarrollo de “suaves iniciativas de contención”
al objeto de no generar más inquietud de la que ya soportan.
Se podría afirmar que, desde los mercados emisores de
turismo, no se llega a percibir esa violencia y falta de seguridad con mucha
nitidez, ya que existen atractivos y hechos con mayor resonancia de tipo
positivo.
Sin embargo, el goteo de hechos negativos para con los
turistas en nada favorece a los intereses de los destinos. Hechos que
normalmente, van acompañados de unos procesos, preventivos o paliativos que, o bien
no existen o dejan bastante que desear.
En esta tesitura, el regreso de los turistas afectados a sus
lugares de origen, supone un alivio para los gestores de los destinos, que lo interpretan como la finalización de “un
problema puntual” sobre el que, se desea olvidar y pasar página.
Pero ese goteo de realidades o situaciones negativas, también
deja sus secuelas. Así, y entre los
responsables de los destinos, es frecuente detectar cierta inestabilidad, una
excesiva y reiterada justificación sobre las características de sus destinos y
cierto pudor a la hora de exponer las virtudes de los mismos.
Y es que se va imponiendo un “mensaje de promoción prudente y
controlado” ante el temor de que la violencia deje en entredicho alguno de los
ganchos y mensajes que son emitidos por parte del propio sector.
Acción de promoción y comercialización que, a la hora de la
negociación con los mercados y sus representantes, se vuelve lo más ambiciosa y
contundente posible pero que, cuando los turistas llegan al destino, surgen las
recomendaciones y consejos prácticos basadas en la prudencia antes
señalada.
Sin apenas percibirlo, la oferta turística afectada por esta
convivencia ve cuestionada sus virtudes y reducidos sus espacios y tiempos de
producción, de inversión y de competitividad sectorial. El efecto multiplicador
se reduce considerablemente y con ello, el desarrollo de una oferta turística
auxiliar o complementaria.
Si a ello le añadimos que, desde el lado de los turistas y
consumidores, internet se ha convertido en una autopista de información que
puede llegar a castigar este tipo de escenarios - ofertas…se puede afirmar que
la situación de dichos destinos se va volviendo más peligrosa y menos
manejable. Por lo tanto, la mera actitud de discreción y prudencia no es
suficiente.
La mejora en la cifra de negocio, visitas, estancias, gasto
medio, etc. que, tantas veces tomamos como referencia del sector, no nos exime
de tener que desarrollar nuevos procesos complementarios. Está en juego nuestra
actual y futura competitividad.
Y es que el turista en destino exige, sin exigir, servicios
que superen los servicios previamente contratados.