jueves, 11 de diciembre de 2014

Atención a la violencia e inseguridad de baja intensidad y a su (débil) repercusión externa.





Me refiero a esa violencia e inseguridad cotidiana y asentada en el tiempo que, muchos destinos turísticos soportan y aceptan como un “mal menor” y, con la que conviven mediante un “acuerdo o pacto no escrito”.
Esta convivencia les obliga a cumplir una serie de requisitos, actitudes y procesos al objeto de evitar que los turistas coincidan y se vean intimidados por algunas situaciones límite.
Es un tipo de violencia que, los responsables sectoriales, consideran que pueden manejar con cierta solvencia. Una violencia con “escasa repercusión” en los mercados, ni muy alarmista ni  excesivamente embarazosa, lo que permite el desarrollo de “suaves iniciativas de contención” al objeto de no generar más inquietud de la que ya soportan.
Se podría afirmar que, desde los mercados emisores de turismo, no se llega a percibir esa violencia y falta de seguridad con mucha nitidez, ya que existen atractivos y hechos con mayor resonancia de tipo positivo.
Sin embargo, el goteo de hechos negativos para con los turistas en nada favorece a los intereses de los destinos. Hechos que normalmente, van acompañados de unos procesos, preventivos o paliativos que, o bien no existen o dejan bastante que desear.  
En esta tesitura, el regreso de los turistas afectados a sus lugares de origen, supone un alivio para los gestores de los destinos, que  lo interpretan como la finalización de “un problema puntual” sobre el que, se desea olvidar y pasar página.
Pero ese goteo de realidades o situaciones negativas, también deja sus secuelas.  Así, y entre los responsables de los destinos, es frecuente detectar cierta inestabilidad, una excesiva y reiterada justificación sobre las características de sus destinos y cierto pudor a la hora de exponer las virtudes de los mismos.
Y es que se va imponiendo un “mensaje de promoción prudente y controlado” ante el temor de que la violencia deje en entredicho alguno de los ganchos y mensajes que son emitidos por parte del propio sector.  
Acción de promoción y comercialización que, a la hora de la negociación con los mercados y sus representantes, se vuelve lo más ambiciosa y contundente posible pero que, cuando los turistas llegan al destino, surgen las recomendaciones y consejos prácticos basadas en la prudencia antes señalada.   
Sin apenas percibirlo, la oferta turística afectada por esta convivencia ve cuestionada sus virtudes y reducidos sus espacios y tiempos de producción, de inversión y de competitividad sectorial. El efecto multiplicador se reduce considerablemente y con ello, el desarrollo de una oferta turística auxiliar o complementaria.    
Si a ello le añadimos que, desde el lado de los turistas y consumidores, internet se ha convertido en una autopista de información que puede llegar a castigar este tipo de escenarios - ofertas…se puede afirmar que la situación de dichos destinos se va volviendo más peligrosa y menos manejable. Por lo tanto, la mera actitud de discreción y prudencia no es suficiente.
La mejora en la cifra de negocio, visitas, estancias, gasto medio, etc. que, tantas veces tomamos como referencia del sector, no nos exime de tener que desarrollar nuevos procesos complementarios. Está en juego nuestra actual y futura competitividad.
Y es que el turista en destino exige, sin exigir, servicios que superen los servicios previamente contratados.