sábado, 21 de septiembre de 2013

¿Y cuando el turista es el delincuente?


La seguridad turística ha de jugar un papel integral e integrador en todo destino turístico y, además, debe verse reflejada en los servicios de seguridad que el turista ha de recibir. Cuando el turista es la víctima de cualquier hecho o situación violenta, crítica e insegura, parece razonable que exista un sistema o proceso de seguridad turística que le ampare y cobije. Pero ese mismo sistema ha de estar preparado para dar el servicio, tanto preventivo como paliativo, cuando el turista es el malhechor o el brazo ejecutor de ciertas actitudes violentas y delictivas.


En ambos casos, los procesos han de ser claros y concisos. Muchos de ellos estarán diseñados para dar servicio a la ciudadanía local, sin embargo, sin dejar de hacerlo, han de tener la capacidad de ser ofrecidos y estar dirigidos para y por los turistas. Cuando el turista es el malhechor, se dan una serie de circunstancias que es necesario reflejar:

a) Por un lado, los procesos existentes para todo tipo de delitos en cualquier país o destino turístico, se verán incrementados  por la complejidad que supone que el malhechor sea un extranjero o turista.
b) Ese mismo país y sus intereses, tanto públicos como privados, soportan una inseguridad que viene del exterior, y que además incide negativamente en los mercados y países de procedencia de esos turistas – delincuentes.
c) Esta incidencia negativa se basa habitualmente en las dudas que surgen sobre el funcionamiento de ciertos servicios y estructuras públicas y privadas de esos  países – destinos turísticos.
d) Finalmente, todo ello se ve reflejado en la imagen y percepción externa, con productos y atractivos turísticos que quedan en entredicho por la violencia generada por los propios visitantes y turistas.

En definitiva, la singularidad y vulnerabilidad del hecho turístico queda claramente reflejada; además de soportar una violencia e inseguridad producida por personas o turistas, el destino puede ser percibido como un lugar inseguro, en el que los procesos preventivos y paliativos de seguridad no están ajustados a las necesidades de los turistas.

El manejo de esta violencia e inseguridad debe ser asumida por los destinos, superando con ello el lamento y lo injusto de la situación. Deberá de ser un manejo que se base en las particularidades del sistema de justicia existente en los destinos y las particularidades del sector y de los turistas, aunque estos últimos sean los que hayan cometido el delito.

La posterior comunicación a los colectivos, entidades, medios e intermediarios previamente identificados, permitirá mitigar los daños de imagen y percepción que estos hechos causan a los intereses turísticos de los destinos.